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Poetas Cubanos

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Gabriel de la Concepción Valdés ( Plácido)

Nació en La Habana el 18 de marzo de 1809. A principios del próximo mes fue depositado en la Casa de Beneficencia y Maternidad donde fue bautizado y se le dio el apellido Valdés común a todos los niños entregados al cuidado de la Casa de Beneficencia en honor al Obispo Valdés, fundador de esta benemérita institución. Poco tiempo después Diego Ferrer Matoso, padre del niño lo reclamó y lo llevó a vivir con él. Cursó sus primeros estudios en el Colegio Belén. Trabajó muy joven como aprendiz de imprenta. A los dieciséis año se dedicó al oficio de peinetero. Empezó su oficio en La Habana y poco tiempo después se estableció en Matanzas. En 1832 regresa a La Habana donde reside por cuatro años, hasta que en 1836 vuelve a Matanzas. En este año aparece la primera edición de sus versos. En 1842 se casó con María Gil Morales, negra matancera. Pocos meses después de casados marcharon a Trinidad ya que la industria de la artesanía de las peinetas de carey estaba bastante decaída tanto en Matanzas como en La Habana. En Trinidad estuvo preso sin que se sepa claramente los motivos. Regresa a Matanzas, pero a los pocos días de su regreso cae nuevamente preso el 29 de febrero de 1844 junto con otros de su misma raza. Se le acusa de conspirar en contra de los blancos y después de cuatro meses de prisión es fusilado el 29 de junio de 1844.

Plegaria A Dios

Ser de inmensa bondad, Dios poderoso:
a vos acudo en mi dolor vehemente;
extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso,
y arrancad este sello ignominioso
con que el mundo manchar quiere mi frente.

Rey de los reyes, Dios de mis abuelos:
vos sólo sois mi defensor, Dios mío;
todo lo puede quien al mar sombrío
olas y peces dio, luz a los cielos,
fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,
vida a las plantas, movimiento al río.

Todo lo podéis vos, todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
fuera de vos, Señor, el todo es nada
que en la insondable eternidad perece;
y aun esa misma nada os obedece,
pues de ella fue la humanidad creada.

Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia,
y pues vuestra eternal sabiduría
ve al través de mi cuerpo el alma mía,
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que, humillada la inocencia,
bata sus palmas la calumnia impía.

Estorbadlo, Señor, por la preciosa
sangre vertida, que la culpa sella
del pecado de Adán; o por aquella
madre cándida, dulce y amorosa,
cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,
siguió tu muerte como helíaca estrella.

Mas si cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadáver frío
ultrajen con maligna complacencia,
suene tu voz y acabe mi existencia...
¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!

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